Llegué a la vida de mis papas humanos con tan sólo un mes de vida y se enamoraron de mí nada más verme. Era todo cabecita y patitas, y tenía unas orejitas enormes y preciosas. Pero sobre todo, si hay algo que destaca en mí, es mi nariz tan especial.
Siempre tengo una sonrisa en mi cara y me gusta disfrutar la vida al máximo. Me gusta correr, jugar, chapotear en los charcos y hacer hoyitos en el parque, pero sobre todo, hacerlos en mi playa favorita. Eso sí, odio meterme en el agua.
Con un año fui papa de ocho preciosos cachorros: Tusa, Nika, Valentín, Ares, Milko, Tani, Ojitos y Trasto. Fue una experiencia maravillosa y sé que están haciendo muy felices a sus papas humanos.
Siempre he luchado contra las adversidades y he apoyado a mis papas en los momentos duros de nuestra vida. No son perfectos, yo tampoco lo fui, pero yo les quiero igualmente y ello también a mí.
He tenido la gran suerte de poder viajar mucho, y siempre he podido irme de vacaciones a mi lugar favorito, a mis cabañas de Cantabria. He podido jugar en mi playa favorita y en otros muchos lugares bonitos de España como las tablas de Daimiel, Soria, Guadalajara… Y cuando no podíamos irnos fuera, siempre estaba mi parque favorito, y pasábamos horas allí jugando a la pelota.
En junio de 2024, me empecé a encontrar muy malito, no me apetecía comer ni beber, no sé que me pasaba. Mis papas preocupados me llevaron al médico y empezaron a llorar muy preocupados. Me habían detectado un tumor en el bazo a punto de reventar. Mis papas no lo dudaron y gracias a ellos y mis abuelitos me operaron de urgencia. Y empecé a encontrarme de nuevo bien, con fuerza, ganas de comer y de volver a jugar.
En octubre de ese mismo año, pasé unas vacaciones inolvidables en Cantabría con mis papas. ¡Hasta me dejaron entrar en una tienda de anchoas! Por cierto, ¿qué es una anchoa?
Al día siguiente de volver de vacaciones, volví a encontrarme mal, estaba apático, no quería comer ni beber, no quería jugar… me faltaba el aire. Mis papas me volvieron a llevar al médico y me encontraron un bultito en el corazón que me impedía respirar con normalidad. Me mandaron un medicamento que toman los humanos, pero al ser un perrito, a mis papas les pusieron muchas pegas para que se lo vendieran, pero no se rindieron, y finalmente pudieron conseguirlo. Esa noche, no me encontraba nada bien, no podía respirar, tenía mucha fiebre. Conseguí comer un poco, tenía algo de apetito, además algo me decía que tenía que comer lo que me estaban dando mis papas. Mis papas, al verme tan malito, empezaron a despedirse de mí, al oír eso, me entristeció mucho y luché, no quería irme y dejarlos tan desolados. A la mañana siguiente, me encontraba mucho mejor, tenía hambre y sed, y con ganas de jugar. Mis papas se pusieron muy contentos, aunque ya no pudiera correr por mi problema del corazón, me seguían queriendo.
Lo peor llegó un mes y medio más tarde, mi papá vio que tenía los ganglios de la garganta más inflamados de lo normal y tos. Me llevaron al médico y me hicieron muchas pruebas. Ellos temían algo, pero hasta el viernes no lo sabríamos. Llegó el viernes, y me sorprendió que mi papá llegara tan pronto del trabajo, ¡con un par de pollos asados en la mano! ¡qué buenos, mis favoritos! Mi papá había renunciado a ir a la comida de navidad de la empresa por comer con nosotros en familia e ir después al veterinario a recibir las noticias juntos. Fue una comida inolvidable.
Luego vendrían las malas noticias, los peores temores se hicieron realidad. Tenía un linfoma, de tipo indeterminado. Mis papás se echaron a llorar desconsolados, era como volver a revivir los peores momentos de Tusa. La oncóloga nos explicó todas las opciones y pruebas a las que me tenía que someter, pero la esperanza de vida del posible tratamiento no era muy prometedor ni estaba garantizada, además no estaba exento de efectos secundarios. Así que mis papás decidieron que viviera el tiempo que me quedase feliz y sin dolor, con tratamiento paliativo.
El 27 de febrero de 2025, dejé este mundo, mis papas estuvieron a mi lado en todo momento, en el sofá de mi casa, rodeado de mis pulpitos y juguetes, mirando por la ventana el solete que tanto me gustaba notar en la cara cuando salía a la calle a pasear.